20 de octubre de 2025

MEMORABILIA GGM 946


DIARIO LIBRE

Santo Domingo – R. D.

28 de diciembre del 2024

             

«La verdad del cuento»: Un texto poco conocido de Gabriel García Márquez

La imaginación desbordante de Gabriel García Márquez: su estilo y legado

 

Por Domingo Caba Ramos

dcaba5@hotmail.com

 

«En las obras de Gabriel García Márquez encontramos dos rumbos que se entrecruzan: el de un realismo cotidiano, tangible, expresado con claridad, pero habitado por la magia de su palabra poética, lleno de sucesos verosímiles, de resonancias, reconocibles desde nuestros parámetros de lo real (pero siempre impregnados de ese halo de "misterio que les confiere la poesía...» (Inés Posada Agudelo)

 

El principal rasgo que caracteriza el estilo literario del laureado escritor colombiano, Premio Nobel de Literatura y uno de los máximos representantes del Realismo Mágico, Gabriel García Márquez (1927 – 2014) es su imaginación desmesurada o desbordante. Con razón el «Gabo» ha sido llamado «Poeta de la imaginación». Ese despliegue imaginativo se pone de manifiesto en los cuentos y novelas que conforman su obra narrativa; pero de manera muy especial, en la novela Cien años de soledad (1967), considerada su obra maestra y la novela cumbre de la literatura del siglo XX.

 

Por esa razón, el más simple acontecimiento de la cotidianidad, envuelto en la magia de la fantasía, García Márquez lo recrea y transforma en una obra magistral que despierta en el lector las más conmovedoras sensaciones y sentimientos. Así se pone de manifiesto en el cuento que a continuación se transcribe, «La verdad del cuento», posiblemente uno de los textos menos conocidos del también autor de El amor en los tiempos de cólera (1985), El coronel no tiene quien le escriba (1961) y Los funerales de la mamá grande (1962), entre otras:

 

LA VERDAD DEL CUENTO

 

"La historia es como la cuentan, pero tiene sus variantes. Es verdad que él hizo un agujero en la pared que separaba su alcoba del cuarto de su novia. Y es verdad también que ella hizo un agujero, a su vez, en la pared que separaba su alcoba del cuarto de su novio. Pero no había más que un agujero. Un agujero común que los enamorados perforaron , no de común acuerdo, pero sí en colaboración, y sin que tampoco esta colaboración hubiera sido acordada previamente.

 

Así las cosas, un día amaneció un agujero en la alcoba de ella, a través del cual podría vigilarse el movimiento más insignificante que él intentara en su cuarto.

Simultáneamente - puesto que era un agujero común - igual cosa ocurrió en el cuarto del novio. Pero como él había hecho las cosas por su propia iniciativa, y ella a su vez, había procedido a perforar la pared medianera, ninguno de los dos tomó precaución alguna con respecto al otro, puesto que ambos se sentían autores de ese agujero único, indiscreto, tremendo que vulneraba la intimidad de los cuartos respectivos.

 

El error de quienes cuentan la historia radica en que comienzan a contarla como si él y ella fueran novios en el momento en que perforaron el agujero. Y no fue así, porque ellos no se conocían, y si lo perforaron, fue precisamente porque cada uno de ellos, por su lado, tenía interés de saber quién vivía en el cuarto vecino.

Pocas horas después de perforado el agujero, ella sabía que su vecino era un hombre joven. Y él, por su parte, sabía que su vecina era una mujer joven que procedía de la puerta para adentro con la naturalidad de quien ignora la existencia de un vecino observador. Las cosas estuvieron de esa manera durante varias semanas. Ella llegaba temprano, apagaba las luces y se acostaba en la oscuridad a esperar a que sonara la puerta de al lado, y después las pisadas y se encendiera la luz. Entonces se escurría hasta el agujero y se dedicaba a observar los movimientos de él minuciosamente hasta cuando apagaba la luz y se metía en la cama.

 

La diferencia consistía en que él no acostumbraba a hacer sus observaciones sino por la mañana, y ella por la noche. Así que ella conocía la manera de acostarse de él, que es lo que verdaderamente vale la pena en un hombre, y él conocía la manera de acostarse de ella, que en una mujer es lo que verdaderamente vale la pena.

 

Tres semanas después de perforado el agujero se conocían entre sí, mucho más que si hubieran tenido muchos años de casados; pero se ignoraban por completo en la vida.

 

Y así habrían seguido las cosas si no es porque una mañana, cuando se aplicaba a hacer sus observaciones, a ella se le ocurrió saber cómo era él cuando se levantaba. Cuando aplicó el ojo al agujero, se encontró con el ojo de él, y supuso avergonzada que su vecino había descubierto la clave de todo y había tapado el agujero.

 

El, por su parte, en el momento en que ella acercó el ojo al agujero, supuso que era ella quien en ese preciso instante había acabado de taparlo. Sin embargo, un momento después empezaron las dudas. Y entonces fue cuando ambos salieron al corredor, se encontraron frente a frente, y sin hacer ningún comentario se dieron cuenta de que en realidad habían vivido durante varios meses en una misma pieza. Entonces hicieron lo único sensato que podría hacerse en ese caso: se casaron y tumbaron la pared"

 

GABRIEL GARCIA MÁRQUEZ

 

 

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CAMBIO

Bogotá - Colombia

26 de junio de 2025

 

Cultura





Crédito: Daniel Mordinski.

 

El investigador y escritor Dasso Saldívar, considerado como el mejor biógrafo de Gabriel García Márquez, le contó a Gustavo Tatis Guerra acerca de sus hallazgos de las primeras obras literarias del Nobel de literatura. CAMBIO reproduce dos de ellos.

 

Dasso Saldívar (San Julián, Antioquia, 1951), es el autor de la mejor biografía escrita e investigada de Gabriel García Márquez: El viaje a la semilla (1997), que ha ido ampliando en un segundo tomo, más allá de la escritura de Cien años de soledad (1967), indagando en el mismo escenario de los acontecimientos, y completando su rigurosa biografía, más allá de la muerte del escritor en 2014. Saldívar le reveló a CAMBIO la primicia de cómo encontró los primeros textos juveniles de García Márquez, sus

primeros poemas, que aportaron a la reciente y monumental exposición 'Todo se sabe: el cuento de la creación de Gabo', sobre el escritor en la Biblioteca Nacional de Colombia. Fue tras la primera edición de la Gaceta Literaria, de 1944, incautada y desaparecida por el alcalde conservador de Zipaquirá, quien consideró que ese material era subversivo, y envió a dos policías para secuestrar toda la edición, en plena presentación en el Liceo Nacional de Varones, en la que el estudiante García Márquez, era uno de sus autores. CAMBIO conversó con el biógrafo y autor de la novela Los soles de Amalfi, publicada en 2014.

 

CAMBIO: ¿Cómo fue el proceso de encontrar los primeros textos juveniles de García Márquez en la revista Juventud del colegio San José?

Dasso Saldívar: Creo que fue en un manual sobre literatura colombiana para estudiantes de bachillerato, del jesuita Luis Posada Maldonado, quien había sido profesor de García Márquez en el colegio San José de Barranquilla, donde leí, estando en quinto o sexto de bachillerato, que sus primeros versos, crónicas y “bobadas” se habían publicado en la revista Juventud de ese colegio.

 

Durante el segundo de bachillerato, yo había leído 'Cien años de soledad', y el deslumbramiento que me produjo me llevó a buscar toda la información posible sobre su autor, pues entonces se sabía poco de su vida. García Márquez fue durante años el escritor más leído y uno de los autores menos conocidos de Colombia. De modo que fui haciendo acopio de todo lo que caía en mis manos, y, estando en quinto de bachillerato, llegué un domingo a la vecina Copacabana para entrevistar a su hermana monja, sor Aída García Márquez, que daba clases en un colegio salesiano. Conversamos unas dos horas y, aunque al principio estuvo reticente a la entrevista, fue muy amable y prolija hablándome de su hermano, de su infancia con los abuelos, de cómo éstos lo habían educado en Aracataca, cuáles eran sus manías, costumbres, juegos y cuáles habían sido sus lecturas de infancia y sus primeros escritos. Ese fue el primer reportaje que escribí en mi vida, que Guillermo Cano me publicó en el Magazín Dominical de El Espectador en octubre de 1972.

 

A principios del año siguiente, antes de comenzar sexto de bachillerato y habiendo conocido a doña Luisa Márquez durante una visita que le hizo a su hija Aída en Medellín, me aventuré a hacer mi primer viaje a Aracataca. La madre me había invitado a que los visitara en su casa del Pie de la Popa de Cartagena, donde me recibieron en febrero de 1973, y tuve una larga conversación con el padre, Gabriel Eligio García, sobre la infancia de su hijo: sus lecturas y aficiones a la música, sus primeros versos y crónicas, así como sobre personajes y episodios de Aracataca, Sucre y Barranquilla, que Gabo aprovecharía en sus relatos y novelas.

 

De Cartagena me fui directamente a Aracataca, donde estuve varios días con un amigo mirándolo, preguntándolo y fotografiándolo todo. A mi regreso a Medellín, escribí un segundo reportaje macondiano, que Guillermo Cano me volvió a publicar en el Magazín Dominical en dos entregas, en marzo del mismo año: 'En busca de Macondo' y 'Aracataca es Macondo'. Fueron las primeras crónicas amplias que se publicaron en la prensa de ámbito nacional sobre Aracataca y la casa natal del escritor, después de un primer reportaje de Maruja Pachón en El Tiempo, si no recuerdo mal.

 

Pero no fue hasta mediados de 1974, habiendo terminado el bachillerato el año anterior, cuando tuve la oportunidad de detenerme en Barranquilla y visitar el Colegio San José, para husmear en los archivos de su revista Juventud. En efecto, en ésta leí y copié las primeras prosas y versos escritos por Gabriel García Márquez entre los trece y los quince años: 'Crónica de la Segunda División', 'Instantáneas de la Segunda División', 'Desde un rincón de la Segunda', 'Bobadas mías' y 'Crónica de la Segunda División' (en verso), firmados con los nombres de Capitán Araña, Gabito y Gabriel García. También conocí sus dibujos e ilustraciones, que eran todos, de los seis primeros números de la revista.

 

Estos primeros textos de quien sería uno de los más grandes fabuladores y escritores de todos los tiempos, los tuve conmigo sin enseñarlos ni publicarlos durante cuatro años, hasta que, residiendo ya en España, se los mandé a Guillermo Cano junto con un ensayo ('Gabriel García Márquez: La realidad que comenzó no siendo'), y él y Héctor Muñoz, muy sorprendidos con el hallazgo, los destacaron en la portada del Magazín Dominical del 9 de octubre de 1977, incluyendo dos de ellos: 'Desde un rincón de la Segunda' y 'Bobadas mías'. Esta fue pues la primera vez que se habló en la prensa nacional de esos textos y se reprodujeron parcialmente.

 

CAMBIO: ¿Y cómo llegaste a sus prosas y poemas de Zipaquirá, que, en los tres últimos años del bachillerato, firmaba con el seudónimo de Javier Garcés y algunos fueron publicados en la Gaceta Literaria que él ayudó a fundar? ¿Se conserva algún ejemplar de la Gaceta?

D. S.: Cuando llegué a Zipaquirá a mediados de 1992, después de llevar 20 años buscando al autor de Cien años de soledad, no encontré ningún archivo en lo que fue el viejo Liceo Nacional de Varones, aunque el local se conservaba casi intacto, y me mandaron al Colegio De La Salle de la misma Zipaquirá, donde supuestamente estaban los archivos académicos del Liceo Nacional. De Gabo solo encontré las matrículas y calificaciones de tercero y cuarto, y faltaban las de quinto y sexto de bachillerato, así como los dos mosaicos de la promoción de bachilleres de 1946: el oficial de fotografías y el de caricaturas que había dibujado el mismo Gabo.

 

En enero de 1943, a punto de cumplir dieciséis años, el joven estudiante había llegado a Zipaquirá para continuar el bachillerato interrumpido en el colegio de San José, gracias a una beca obtenida por concurso, y tuvo la suerte de que, al año siguiente, estando en cuarto, fuera nombrado rector del liceo el poeta Carlos Martín, el benjamín de Piedra y Cielo, en sustitución del anterior, que se había suicidado el 28 de marzo de 1944 en el Parque Nacional de Bogotá. Lo primero que hizo Martín fue acabar con el predominio de las matemáticas impuesto por su antecesor e introducir el de la literatura. Implantó las lecturas nocturnas en los cuartos de los dormitorios, con Cantaclaro, repartió ejemplares de sus libros, dio conferencias y empezó su magisterio explicando a Rubén Darío. Dos o tres meses después, los poetas Eduardo Carranza y Jorge Rojas, los capitanes del movimiento Piedra y Cielo, lo visitaron en su casa del parque de Zipaquirá, y el adolescente Gabriel García Márquez y Mario Convers, presidente y secretario del Centro Literario de los Trece, y otros compañeros fueron invitados por Martín al encuentro con los ilustres visitantes. El encuentro desbordó de entusiasmo al grupo de Los Trece, y Gabo, con diecisiete años, era ya el más ardido por “el sarampión literario”, como solía decir.

 

Carlos Martín me dijo que, aparte de hablarles de la vida del padre del modernismo, les leyó y comentó detenidamente algunos de sus mejores poemas, como Poema del otoño, Lo fatal y los Nocturnos, lo que impulsó la búsqueda y estudio de la obra del maestro nicaragüense por parte del joven cataquero. Fue así como Los Trece le pidieron ayuda a Martín para publicar la Gaceta Literaria, que sería el “Órgano del Centro Literario de los Trece”. La fecha de salida del primer número iba a ser el 18 de julio de 1944, pero días antes se dio el conato de golpe de Estado al presidente liberal Alfonso López Pumarejo, quien fue retenido dos días en Pasto por los militares sublevados, y ese mismo día llegó el alcalde conservador de Zipaquirá al Liceo Nacional y secuestró con sus policías toda la edición de la Gaceta Literaria por considerarla material subversivo, pues Martín no solo le había hecho llegar al Gobierno de López Pumarejo, a través del vicepresidente Darío Echandía, un telegrama de apoyo en nombre de los profesores y alumnos del Liceo Nacional, sino que la misma Gaceta se abría con un encendido artículo suyo, Ante la nueva voz, sobre la oligarquía colombiana que había intentado deponer al progresista López Pumarejo.

 

Con la destitución inmediata del poeta rector, a mediados de julio de ese año, y la incautación de la edición sin llegar a ver la luz pública, terminó la efímera aventura de la Gaceta Literaria. Pero en ese primer número (y tal vez único), que me obsequió y envió Carlos Martín desde La Haya, en abril de 1993, quedaron impresas tres cosas importantes de los comienzos literarios y periodísticos de Gabriel García Márquez.

 

La sección de homenajes titulada Nuestros Poetas, que encabeza la página 5, A Cargo de Javier Garcés (el seudónimo con el que firmó sus textos de Zipaquirá), dedicada a Jorge Rojas, uno de los más grandes poetas de Piedra y Cielo y a quien acababa de conocer junto a Carranza. La antología de los cuatro poemas de Rojas y la nota de presentación subrayan claramente la formación y el buen gusto poético que ya tenía el adolescente cataquero de diecisiete años.

 

En la sección La Encuesta del Día, que encabeza la página 7 de la Gaceta, está publicado el primer texto periodístico de García Márquez del cual tenemos noticia. Se trata de una entrevista sobre la juventud, la educación y la música colombianas, realizada a cuatro manos con Mario Convers a los dos poetas visitantes, Rojas y Carranza, al músico y compositor Guillermo Quevedo y al padre Juan de las Heras.

 

Y, en tercer lugar, en la misma página 7, encabezándola por la derecha, aparece publicada la primera prosa lírica con intención creativa que se conoce de García Márquez. Dedicado a Jorge Espinosa y Domingo Vega, sus grandes amigos intelectuales de entonces, El instante de un río es un texto inaugural y revelador. Desde la evocación de la “querida hermana”, la imagen del río, “como enmarcado en una página de Platero y yo”, y la caída de violetas, que “empezaron a llover sobre todas las cosas” esa tarde, bien podría ser una transposición del río o caño de La Mojana, acolchado de taruyas de flores de color violeta o lila, a través del cual salía o llegaba de Sucre el joven poeta durante las vacaciones. Aparte de las imágenes del río y de la lluvia de flores, El instante de un río esboza también, pese a las ingenuidades propias del adolescente escritor, una de las constantes esenciales de sus cuentos y novelas: la transposición poética por el reflejo de las personas o de las cosas en los espejos del agua, del hielo, del sueño o de la nostalgia. Esta puede ser considerada, por lo tanto, como la primera publicación propiamente literaria de García Márquez.

 

CAMBIO: ¿Qué pasó con el poema Canción publicado en El Tiempo ese mismo año y que podría considerarse también su primera publicación poética?

D. S.: Sí, Eduardo Carranza se lo publicó en El Tiempo, en el suplemento literario Segunda Sección, el 31 de diciembre del mismo año de la edición, que no publicación, de La Gaceta. El poema, inspirado en la muerte temprana, a causa de un tifo exantemático, de su novia zipaquireña de catorce años, Lolita Porras (a mediados de diciembre de 1943), lo aprobó el mismo Eduardo Carranza, director del suplemento, a quien, como vimos, Gabriel ya había conocido y entrevistado junto a Jorge Rojas en la casa de Carlos Martín. Gabriel se enteró de la muerte de su amor platónico en febrero de 1944, al regresar de sus vacaciones en Sucre, se derrumbó y escribió Canción, que Carlos Martín elogió, y en la visita de Rojas y Carranza se lo pasó a éste, quien lo publicó en la Segunda Sección con un epígrafe de su propia mano: “Llueve en este poema... E. C.”.

 

Canción tal vez hubiera quedado en el olvido, como muchos poemas suyos desde que él se graduó de bachiller en 1946, si no hubiera sido porque su amigo y excondiscípulo de Zipaquirá, el bogotano Eduardo Angulo Flórez, arquitecto humanista de una gran cultura literaria, me proporcionó, en nuestras conversaciones de julio de 1992, las indicaciones que me llevaron a recuperarlo en las hemerotecas de la Biblioteca Nacional y de la Luis Ángel Arango. Tuve que recomponerlo echando mano de las dos hemerotecas, pues en el ejemplar de El Tiempo de la primera se había borrado un verso que en el de la segunda apenas empezaba a diluirse, pero que me permitió recuperarlo completo. Acabo de saber por Álvaro Santana que también en el ejemplar de esa hemeroteca se borró completamente ese verso. Por eso el poema aparece incompleto en las diferentes reproducciones hechas recientemente. Así, pues, el rescate completo de Canción está en la publicación que hizo Mario Rey en su revista mexicana La Casa Grande, en febrero de 1997, justo un mes antes de que saliera El viaje a la semilla.

 

Y, sí, podría considerarse como la primera publicación poética en regla del adolescente García Márquez, pues sus poemas piedracielistas de quinto y sexto de bachillerato, que son los mejores, no se empezaron a publicar hasta muchos años después, siendo ya el famoso autor de Cien años de soledad. Poemas como La espiga, Si alguien llama a tu puerta, La muerte de la rosa y Soneto matinal a una colegiala ingrávida bien podrían formar parte de cualquier buena antología de Piedra y Cielo.

 

CAMBIO: Elegía a la Marisela y Poema desde un caracol marcan otro momento significativo en los comienzos literarios de García Márquez, ¿verdad?

D. S.: La fiebre versificadora del joven Gabriel García Márquez le llegó hasta julio de 1947, estando en primero de Derecho, cuando se topó con un relato de un tal Franz Kafka que cambiaría su vida de escritor por completo, impulsándolo a terminar de una sentada su primer cuento: La tercera resignación. Acababa de escribir sus dos últimos poemas, que firmó por primera vez con su nombre completo y que Camilo Torres y Luis Villar Borda, sus amigos y condiscípulos de la Universidad Nacional, le habían publicado en el suplemento La Vida Universitaria del periódico La Razón. Elegía a la Marisela (Geografía celeste) y Poema desde un caracol, aparecieron el 1 y el 22 de julio de 1947, precisamente por los días en que estaba leyendo La metamorfosis. Estos poemas finales los obtuve gracias a una gestión personal del generoso profesor y diplomático Luis Villar Borda, quien los buscó en la hemeroteca y me los mandó con el ruego de que podía disponer de ellos cuando quisiera. Fue en El Ángel, suplemento cultural del periódico mexicano Reforma, y en la revista La Casa Grande, donde volvieron a ver la luz en febrero y marzo de 1997.

 

Confesión de madrugada

 

Dasso no cesa de encontrar secretos en los intersticios del tiempo sobre la vida y obra de García Márquez, un clásico universal colombiano que considera inagotable. Vuelve a leerlo y a releerlo en las ediciones originales, a comparar los subrayados de las primeras lecturas, y a sentir un raro temblor en la intimidad de su taller.

“¡Siento su presencia gozosa e iluminadora, pero a la vez una nostalgia insoportable de lo tan física y visceral! Y me vuelvo a repetir lo que dije a la prensa cuando él murió: ¡Sin García Márquez el mundo es más pobre!”.

 

***

 

Se reproducen a continuación dos ejemplos arriba citados de los primeros trabajos de Gabriel García Márquez.

 

La encuesta del día

A cargo de Mario Convers y Javier Garcés

A pesar de la llovizna persistente, nos damos a la tarea de localizar al distinguido músico y compositor Don Guillermo Quevedo. Llegamos a su hogar y el maestro nos acoge con su eterna amabilidad. Allí –frente al jardín- está la sala de visitas toda llena de jarrones de fina labradura y, desde su zócalo, sobre el piano la mirada inquisitiva de Beethoven parece reprocharnos la violación de aquel templo de la música. Enterado el maestro de nuestro propósito se propone responder a nuestras preguntas:

 

1-¿Qué opina usted de la juventud colombiana actual?

-La juventud colombiana es una gran esperanza, pero va muy de prisa; se madura biche como algunas frutas.

2-¿Cuál sería, en materia de educación, su mejor iniciativa?

-La que se inspira en el concepto puramente patriótico: por Colombia y para Colombia. Aprender a ser colombianos es lo primero. Lo demás viene por añadidura.

3-¿Qué opina usted de la música nacional?

-Tiene un gran porvenir y podría estar floreciendo ya si el gobierno le hubiera prestado algún apoyo como en otros países: México, Argentina…, por ejemplo, que exportan música.

(Salimos. Afuera continúa la lluvia…)

 

* * *

 

Nos dirigimos ahora al hogar del doctor Carlos Martín, rector de nuestro Liceo y presidente honorario del Centro Literario de Los TRECE, en donde pensamos abordar -según ha dicho otro- a dos de las más grandes figuras de la literatura contemporánea en Colombia: Eduardo Carranza y Jorge Rojas. Allí los encontramos, efectivamente, en medio de una charla amistosa.

 

Eduardo Carranza. Nuevo caudillo de las juventudes, poeta, intelectual y revolucionario (?). Nos responde:

 

1-¿Qué opina usted de la juventud colombiana actual?

-Me parece que la juventud colombiana actual empieza a ver claramente su destino: el de volver la patria a su antigua grandeza y pureza; el de, otra vez, creer, servir, esforzarse, abstenerse; el de ambicionar que la historia de Colombia vuelva a ser la historia de América; el de sentir entrañablemente, con arrogancia, con angustia, SU PATRIA; de estar a la altura de eso tan serio y hermoso que es ser colombiano sobre todas las cosas.

 

2-¿Cuál sería, en materia de educación, su mejor iniciativa?

-Enseñar a los colombianos a ser, antes que todo, colombianos, orgullosos de su historia, de su raza y de su porvenir.

 

3-¿Qué fines prácticos persigue el movimiento político que usted encabeza?

-Fines más bien ideales que prácticos en principio: porque, ¿de qué les sirve a las patrias ganar las cosas terrenas si pierde su alma? Ante todo, elevar la vida nacional a un plano superior de verdad, honestidad e idealismo; luego, enseñar a las gentes a pensar nacionalmente, no sectariamente como viene sucediendo; resolver las aparentes antítesis de la vida colombiana en un ambicioso sentido de solidaridad e integración nacional.

 

* * *

Jorge Rojas. Bonachón y entusiasta. Con su eterna jovialidad nos responde:

 

1-¿Qué opina usted de la juventud colombiana actual?

-Creo en la juventud de todos los tiempos como humanidad más pura, más incontaminada materia, más cálido aliento. La particular de ahora pertenece a la historia y eso sólo lo sabe el porvenir. La de aquí la considero inferior en actuación a todas las anteriores. (Tal vez tenga guardadas para sí todas sus inquietudes).

 

2-¿Cuál sería, en materia de educación, su mejor iniciativa?

-¿La mejor iniciativa? Una meta fija cualquiera que sea. Que el estado sepa si quieres técnicos de ciencias, humanistas, o algo…

 

3-¿Qué derroteros nuevos toma la Poesía?

-¿La nueva poesía? No sé; no me preocupa. La mía, como siempre, su rumbo hondo, su más escondida realidad, mi misterio de hombre. Decir todo eso, ese es mi milagro y mi pasmo. Cada poema mío me sobrecoge como una revelación.

 

Seguimos bajo la lluvia y nos dirigimos a la Casa Cural. Allí encontramos al Reverendo Padre Juan de las Heras, insigne orador sagrado.

 

Nos responde amablemente:

 

1-¿Qué opina usted de la juventud colombiana actual?

-Que sufre del mal del siglo: la desorientación y su secuela necesaria, la debilidad. Esto hablando de la masa estudiantil. Pero se ven reacciones muy significativas, numerosas y selectas, que abren amplio margen a esperanzas más risueñas. La juventud padece, pero no perece.

 

2-En materia de educación, ¿cuál sería su mejor iniciativa?

-Orientar programas, personal y organización docente hacia la psicotecnia o formación vocacional. ¿Cómo? Simplificando los primeros. Seleccionando los educadores, e imprimiendo en toda la maquinaria educacional, primera, media y superior, un sentido más práctico de trabajo, industrial, cultural y moral más en consonancia con la misión que a cada clase social le corresponde.

 

3-¿Qué cree usted que afiance más la nacionalidad de un pueblo?

-La unión de todos los ciudadanos de un amplio sistema cooperacionista. El trabajo, la cultura y la política intertrabados en sabias organizaciones sindicales, uniones profesionales, y la representación por clases, multiplicaría la riqueza nacional. Despertaría un patriotismo más práctico y proporcionaría mucha paz y largo progreso. Pero nada como la religión sirve de aglutinante a las clases sociales. Y algo así como principio vital para toda organización social o patriótica.

 

Y nos retiramos a la redacción a terminar nuestra labor.

 

Gaceta Literaria, (Órgano del Centro Literario de Los Trece, del Liceo Nacional), Zipaquirá, Año I, 18 de julio de 1944, Pág. 7.

 

* * *

 

Prosas líricas de Javier Garcés

 

El instante de un río

A Jorge Espinosa; a Domingo Vega; apóstoles del intelecto.

 

…Está bien querida hermana, ya que tanto insistes, te voy a contar:

 

Aquella tarde en que tú te fuiste, el río estaba todo lleno de una nostálgica melancolía como enmarcado en una página de Platero y yo.

 

A esa hora los ríos campesinos* se adormecen mansamente y todas las cosas vienen a mirarse en ellos al igual que en un espejo flotante. Entonces son silenciosamente tristes y nadie ni nada se atreve a profanar esa congoja líquida que arrastra so propia melancolía. Apenas de vez en cuando una que otra extraviada golondrina traza la línea oblicua de su vuelo sobre la superficie y con el ala húmeda de silencios se aleja por el doble cielo del mundo y del agua sin dejar en el paisaje nada más que la angustia de su ausencia.

 

Así son –querida hermana- esos ríos campesinos que se pasan las horas en la curiosa distracción de duplicar los paisajes.

 

Pero te quiero hablar de aquella tarde, porque aquel río era distinto y porque tenía algo como una manera especial de atardecer. Ayer, por ejemplo, alguien estaba pensando en la ribera. Tal vez era yo… Acaso nadie. A veces se escuchaba el ladrido de un perro o la música de un fauno invisible que toca su flauta de pájaros. El río se deslizaba largamente como si tuviera el presentimiento de que iba a ser partícipe de un gran prodigio. Y la tarde –tarde clara, doncella instantánea- ya comenzaba a inaugurar su telegrafía de grillos.

 

La hora estaba palpitante de presagios.

 

Y de pronto –sin que se supiera cómo ni cuándo- las violetas de algún jardín celestial empezaron a llover sobre todas las cosas. Todo el mundo era un gran silencio de violetas. Y en aquel momento –“fugaz momento palpitante de una amorosa intensidad”- se encendió en un crepúsculo sangrante sobre las velas de las barcas dormidas en mi pensamiento.

 

Entonces fue –querida hermana- cuando se produjo el milagro del atardecer: El río tranquilo se movió con brusquedad. Sintió que algo como un temblor de oro había caído sobre sus espejos sin hacer círculo, y se estremeció al ver burladas sus leyes naturales. Pero al fin –viejo conforme, paciente Job de los campos, Caupolicán vencido- se adormeció mansamente…orgullosamente…

 

Había reventado en sus aguas el primer lucero.

 

Gaceta Literaria (Órgano del Centro Literario de Los Trece, del Liceo Nacional), Zipaquirá, Año I, 18 de julio de 1944, Pág. 7.

*Aquí se elimina el término “comunique”, que, sin duda, debe de tratarse de un error de imprenta.

 

 

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Revista literaria

EL CANDELABRO

Madrid – España

20 de agosto de 2025

 

 

Gabriel García Márquez y The Beatles:

un encuentro cultural que cambió la historia

 

Por Roberto Pereira

 




Entre los cruces más fascinantes de la historia cultural se encuentra el diálogo implícito entre Gabriel García Márquez y The Beatles, dos fuerzas creativas que, desde esferas distintas, transformaron la percepción del arte y la vida. El primero desde la literatura, los segundos desde la música, ambos encendieron nuevas sensibilidades colectivas. No se trató solo de talento, sino de abrir caminos que nadie había transitado. ¿Qué significa que un escritor vea en un grupo musical un punto de quiebre histórico? ¿Puede la música alterar la manera en que concebimos el mundo?

 

Lo dijo todo en pocas palabras, como el gran pensante que fue:

 

"Oigo a los Beatles con un cierto miedo, porque siento que me voy a acordar de ellos por todo el resto de mi vida", comenzó la estrella del realismo mágico y fulminó con la valía revolucionaria de los cuatro fabulosos de Liverpool: 

"... Esta tarde, pensando todo esto frente a una ventana lúgubre donde cae la nieve, con más de cincuenta años encima y todavía sin saber muy bien quién soy, ni qué carajos hago aquí, tengo la impresión de que el mundo fue igual desde mi nacimiento hasta que los Beatles empezaron a cantar. Todo cambió entonces".

Gabriel García Márquez y The Beatles: El encuentro entre la literatura y la música que cambió al mundo

Cuando Gabriel García Márquez habló de The Beatles lo hizo con la brevedad fulminante que caracterizaba su pensamiento. No se limitó a reconocer la calidad musical de los cuatro de Liverpool, sino que percibió en ellos un cambio de época. Su frase resuena con la fuerza de lo irreversible: “El mundo fue igual desde mi nacimiento hasta que los Beatles empezaron a cantar. Todo cambió entonces”. En estas palabras se revela la percepción de un escritor que comprendió que la cultura popular también podía redefinir la historia.

 

El Nobel de Literatura supo captar lo que millones de personas sintieron en la década de los sesenta: la irrupción de una nueva sensibilidad. The Beatles no fueron simplemente un grupo musical exitoso; fueron un fenómeno cultural que alteró la manera de entender la juventud, la libertad, la política y hasta la espiritualidad. García Márquez, quien construyó universos literarios impregnados de realismo mágico, intuyó en ellos un movimiento capaz de trastocar la manera en que los individuos se relacionaban con el tiempo, con el deseo y con la memoria.

 

El escritor colombiano reconocía que escuchar a The Beatles producía en él una extraña inquietud. Hablaba de un “cierto miedo”, no por la música en sí, sino por la conciencia de estar ante un hecho imborrable. Ese temor expresaba la certeza de que la experiencia sonora trascendería el instante y quedaría anclada en la memoria colectiva. En sus palabras se percibe la idea de que el arte popular no era efímero ni superficial: se trataba de una manifestación tan profunda como la literatura o la pintura, capaz de modificar la visión del mundo.

 

Los Beatles representaron un antes y un después en la historia de la música moderna. Su capacidad de innovación, desde las armonías vocales hasta la experimentación con nuevos géneros y técnicas de grabación, los convirtió en pioneros. Pero lo que García Márquez subrayaba iba más allá de lo estrictamente musical: señalaba la revolución cultural. Al irrumpir en una época de cambios sociales —con la lucha por los derechos civiles, el cuestionamiento a las guerras y el despertar de nuevas formas de vida—, los Beatles se convirtieron en símbolo de transformación.

 

El paralelismo con el realismo mágico resulta inevitable. Así como García Márquez transformó la literatura latinoamericana al fundir lo cotidiano con lo maravilloso, The Beatles desdibujaron las fronteras de lo que se entendía como música popular. En ambos casos, lo extraordinario dejó de estar reservado a las élites: irrumpió en la vida diaria de millones. Por ello, cuando el escritor habla del “cambio” que introdujo la banda, lo hace con la misma solemnidad con que podría hablarse de un hito histórico o un descubrimiento científico.

 

La dimensión generacional también es esencial. García Márquez, ya adulto al escuchar a The Beatles, no los vivió como simple entretenimiento juvenil. Su testimonio evidencia cómo la música de los sesenta logró atravesar edades, geografías y clases sociales. La voz de Lennon, McCartney, Harrison y Starr no fue solo un eco adolescente: fue un lenguaje compartido por intelectuales, escritores, políticos y ciudadanos comunes. Esa transversalidad, esa capacidad de unir mundos aparentemente lejanos, explica por qué su impacto resultó tan profundo.

 

En su observación, García Márquez se confiesa todavía sin saber “quién soy, ni qué carajos hago aquí”. Esa expresión, cargada de sinceridad, conecta la experiencia personal del escritor con la de toda una generación marcada por la incertidumbre. The Beatles aparecieron como una brújula emocional en medio de la confusión moderna. No daban respuestas definitivas, pero ofrecían melodías, versos y ritmos que ayudaban a sobrellevar las preguntas existenciales. La música se convirtió en un refugio colectivo.

 

El poder transformador de The Beatles se explica también por su capacidad de adaptación. En menos de una década pasaron del rock and roll fresco de “She Loves You” a la complejidad experimental de “A Day in the Life”. Ese tránsito reflejaba la velocidad de los cambios sociales de la época y, al mismo tiempo, les otorgaba un aura de eternidad. Para García Márquez, la sensación de que “todo cambió” se debía justamente a esa mutación constante, a la idea de que los Beatles encarnaban el movimiento perpetuo de la historia.

 

Al situar a The Beatles en su horizonte vital, García Márquez les otorga un lugar junto a los grandes referentes de la cultura. Así como Cervantes transformó la novela con “Don Quijote” o Kafka abrió un universo de angustia existencial, los Beatles inauguraron un nuevo modo de experimentar la música. El escritor colombiano entendió que la cultura no se divide en alta o baja, sino que se mide por su capacidad de transformar vidas. En esa lógica, el grupo inglés merece estar en el panteón de las artes universales.

 

Hoy, más de medio siglo después, las palabras de García Márquez siguen siendo vigentes. Escuchar a The Beatles no es solo un acto nostálgico, sino un contacto con una raíz cultural que aún sostiene gran parte de la música contemporánea. Su legado es palpable en artistas de todos los géneros, desde el pop hasta el rock alternativo. Y la memoria de su impacto cultural continúa alimentando la reflexión académica, literaria y social. El miedo de recordar que mencionaba García Márquez es en realidad la certeza de una inmortalidad compartida.

 

La grandeza de su observación radica en la sencillez. En pocas frases, García Márquez logra explicar por qué los Beatles marcaron un antes y un después. No necesitó un tratado de teoría musical ni un análisis sociológico exhaustivo: bastó con su intuición de escritor para captar lo que millones sentían sin poder expresarlo. Esa habilidad para condensar lo universal en lo íntimo es lo que convierte tanto a su literatura como a su opinión sobre los Beatles en testimonios imprescindibles para entender el siglo XX.

 

En definitiva, las palabras de Gabriel García Márquez sobre The Beatles nos recuerdan que la cultura no se mide únicamente por el prestigio académico, sino por la capacidad de un fenómeno de transformar la sensibilidad colectiva. Los Beatles no fueron simples músicos, del mismo modo que García Márquez no fue solo un novelista. Ambos fueron catalizadores de un cambio histórico, testigos y protagonistas de una época en que la música y la literatura se unieron para decirle al mundo que nada volvería a ser igual.

 

Referencias

 

Bloom, H. (2003). The Western Canon. New York: Riverhead.

MacDonald, I. (2005). Revolution in the Head: The Beatles’ Records and the Sixties. Chicago: Chicago Review Press.

Márquez, G. G. (1995). Vivir para contarla. Editorial Norma.

Martin, G. (1994). All You Need is Ears. St. Martin’s Press.

Subirana, R. (2017). Gabriel García Márquez y la música popular: resonancias culturales. Revista de Estudios Latinoamericanos, 45(2), 123-140.

 

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CLARIN

Buenos Aires – Argentina

26 de septiembre de 2025

 

Historias

 

García Márquez y Vargas Llosa: dos escritores brillantes que tuvieron un rol estelar en el boom literario latinoamericano

Ambos recibieron el Premio Nobel. Fueron amigos hasta que se pelearon por “una cuestión de mujeres”. Pero nunca perdieron el respeto por la obra del otro.

García Márquez y Vargas Llosa: dos escritores brillantes que tuvieron un rol estelar en el boom literario latinoamericano.

 

Por Juan Cruz


arcía Márquez y Vargas Llosa cuando todavía eran amigos

 

A él, a Luis Harss, no le gustaría nada en absoluto el titular que precede. De hecho, me advirtió de lo que él pensaba al respecto. Pero es imposible que su timidez, su radical manera de verse a sí mismo como parte principal de la historia general del Boom de la Literatura latinoamericana, ensombrezca su enorme mérito.

 

Harss era un periodista, y un escritor, que recibió un encargo y lo cumplió: explicarle al mundo (entonces el mundo no era ancho, era ajeno y era muy chico) qué pasaba con aquellos escritores que estaban haciendo, desde las tierras de Jorge Luis Borges y de Rómulo Gallegos o de Jorge Amado, una literatura que o bien prolongaba la de esos titanes o bien la superaba, por imaginación, por novedad, por atrevimiento.

 

Entre esos escritores, que eran una ristra cuya importancia fue opacando en seguida a sus antecesores (menos a Borges, a Borges no lo eclipsa nadie, él mismo es el firmamento), estaban los que luego serían, con Julio Cortázar, el argentino con acento de París, o de Suiza, los más importantes creadores de paisajes y de historias del continente literario más fértil del siglo XX: el que configuraba, y que configura aun hoy, el boom de la literatura latinoamericana.

 

El atrevimiento se hizo sólido y habitó entre nosotros. Sus nombres propios más duraderos han sido los de Gabriel García Márquez y Mario Vargas Llosa, que son los subrayados más nítidos de esta historia ya imprescindible e imborrable. Cuando Clarín me pidió que me ocupara, sobre todo, de ambos renglones me pareció oportuno pedirle a Luis Harss, que vive desde hace años en Estados Unidos, su perspectiva actual de aquel extraordinario hecho que cambió la historia de la literatura contemporánea en nuestra lengua y en el mundo.

 

Vargas Llosa y su mujer, Patricia Llosa; José Donoso y Pilar Serrano, y el matrimonio García Márquez, en una foto sin fechar de los setenta, en Barcelona. Vargas Llosa y su mujer, Patricia Llosa; José Donoso y Pilar Serrano, y el matrimonio García Márquez, en una foto sin fechar de los setenta, en Barcelona.

 

Me dijo Harss, por escrito: “Te digo la verdad, Juan, que en mi caso todo fue una casualidad y no he seguido interesado en el fenómeno a través de los años. Hay que darle crédito a mi amigo Roger Klein, editor con antenas de Harper and Row, que en un principio intuyó la existencia de ese mundo y me dio un anticipo para investigarlo como periodista”.

 

“Publiqué el resultado en inglés, naturalmente”, prosiguió Harss en su misiva. El

resultado de su pesquisa hecha libro, además, tiene más de cuatrocientas páginas, es concienzudo y exacto, como un violín afinado, y recoge minuciosamente lo que sus interlocutores le dijeron. Piensen que ahí están, además de los más destacados del boom que nació de esa historia, quienes ya formaban parte del ejército literario que ya estaba en marcha: Alejo Carpentier, Joâo Guimeraes Rosa, Miguel Ángel Asturias, Juan Rulfo, Juan Carlos Onetti y Jorge Luis Borges. Los otros, aquellos tan destacados como Gabo y Mario, se estaban haciendo, o ya estaban medio hechos, como Julio Cortázar. Incluso Carlos Fuentes ya despuntaba también, y de hecho fue el que, con Gabo, le fue contando a Harss la secuencia ideal de su relato.

 

La edición primera de este hallazgo, que ahora está en la reliquia y la historia de la literatura, “salió bastante descuidada”, según Harss, “porque Roger, entremedio, se suicidó y a nadie más en la editorial le interesaba el tema. La traducción que conoces, plagada de errores, la hice yo de apuro en un barco de carga que me llevó de Nueva York a Buenos Aires. Fue toda una experiencia de dimensiones muy modestas”.

 

Siguió así este impar testimonio de Harss: “Después qué pasó no sé. Las ruedas a veces andan solas. Para mí, el fenómeno más deslumbrante del Boom fue Rayuela, pero lo más perfecto como arte de novela trabajada en la oscuridad como debe ser fue la primera mitad de La vida breve, antes que Onetti se perdiera en la tormenta de Santa Rosa”.

 

Concluye el extraordinario inventor de una historia tan perfecta, y tan duradera: “Lamento decepcionarte con tan poca cosa, Juan, pero voy a hacer como Felisberto Hernández que decía que se metía como un ratón en un agujero de la ciudad y salía del otro lado”.

 

Esa concisión, y esa alegría autocrítica de contar, está en el propio libro, que es una especie de recuento del talento ajeno. Los dos personajes que más se consultan, de todos los que nacieron de aquel alumbramiento, Mario Vargas Llosa y Gabriel García Márquez, son los más duraderos y los que fueron marcados por un desenlace de la amistad que no fue nada literario.

 

Están en el libro cuando aún eran muchachos de bolígrafo en mano, trabajando en oficios que tenían que ver más con el periodismo que con aquello que luego los hizo prosistas de extraordinaria invención. Su inventor cuenta así, en Los nuestros, el balance de su encuentro con Mario: “En el año 66 seguimos camino de nuestra novela totalizadora”. Mario era la energía, acababa de cumplir los veintiséis años, había escrito dos libros de cuentos y una novela, y qué novela, La ciudad y los perros, era talentoso e inspirado, “parecía haber nacido bajo una lengua de fuego”, lo movían la fe, la fuerza, “y la verdadera furia creadora”, y se había ganado “honradamente” la fama…

 

En ese momento, cuando Harss lo consagraba, Mario Vargas Llosa acababa de terminar Conversación en la Catedral, “en la que sus dones se han multiplicado”. Esa entrevista que sigue tuvo incidentes de periodista: se estropeó el magnetofón, entre otros encontronazos con la realidad, pero no se empañó en ningún momento la convicción del entrevistador: estaba ante “un poema sinfónico que experimenta y se impone en casi todos los planos, estableciendo nuevas pautas para la novela latinoamericana”.

 

Esta pericia intelectual, y periodística, que exhibía entonces, en 1966, el que fue realmente el inspirador del Boom, no sólo refleja su propio afán literario, sino que acierta ahí y acierta en todos los que fueron sus interlocutores. No hay ninguno de todos los que pasaron a la historia, ninguno, que ahora no tengan su lugar en la gloria.

 

El otro que subraya en el devenir de su conversatorio el argentino/chileno que los puso en danza en Los nuestros es, sin duda, el que más fama alcanzó, Gabriel García Márquez. La historia quiso que fueran los que más se quisieron, y también los que más pronto rompieron. Mario se enfadó con Gabo, por “una cuestión de mujeres” (que es lo más lejos que ha llegado Vargas Llosa sobre la razón que llevó a darle un puñetazo a su amigo) y Gabo se quedó con un ojo a la virulé, como se dice en España.

 

Para que la historia fuera más rabiosamente literaria que el cotilleo que vino después (¿por qué se pelearon así?) Vargas Llosa había dejado escrita una obra magnífica de homenaje al autor de Cien años de soledad: Historia de un deicidio. La extraordinaria novela de Gabo requería un análisis como ese. Se consagró así una hermanad literaria, un acercamiento de abrazo, y luego todo se rompió en el ámbito de la amistad, pero jamás en lo que se refiere a la relación literaria entre los dos titanes.

 

Gabriel García Márquez ganó el Nobel de Literatura en 1982. Gabriel García Márquez ganó el Nobel de Literatura en 1982.

Mientras seguían en el mundo (del cotilleo) las especulaciones sobre la naturaleza de la riña, los dos siguieron cabalgando tal como los vislumbró Luis Harss, quien dijo de Gabo nada más verlo: “Es duro y macizo, pero ágil, con un impresionante mostachón, una nariz de coliflor y los dientes emplomados. Luce una vistosa camisa de sport abierta, pantalones estrechos, y un saco oscuro echado sobre los hombros”.

 

Carlos Fuentes y Julio Cortázar le dijeron a Harss que fuera a verlos. Los encuentros sucesivos (en Los nuestros, primero va Gabo y luego va Mario) los halla en plena ebullición literaria. Gabo le dijo a Harss que la literatura de la que venía, de Colombia, era un “Inventario de muertos”, con “excepciones honorables”. Él mismo aguardaba, le dijo a Harss, la más grande de sus obras, Cien años de soledad, que será “como la base del rompecabezas cuyas piezas he venido dando en los libros precedentes. Aquí están dadas casi todas las claves. Se conoce el origen y el fin de los personajes, y la historia completa, sin vacíos, de Macondo”.

 

La historia posterior es, eso, historia. Una impresionante historia de aquellos dos que habían cabalgado juntos hasta el despeñadero que los desunió… En cuanto al cotilleo… Tuve el privilegio de observar cómo Mario Vargas Llosa siempre admiró la literatura de Gabo y cómo éste, por ejemplo, me pidió que le dijera a su antiguo amigo hasta qué punto admiraba lo que hizo con La fiesta del Chivo… Estuvieron a punto de saludarse, cerca del final de los días de Gabo, cuando Héctor Abad Faciolince le pidió a Daniel Samper que intercediera en Cartagena de Indias para que Mario fuera a ver a Gabo. “Ya no me conocería, no es correcto”.

 

No se vieron más, pero se respetaron tanto, por la literatura común, y por la historia que vivieron juntos, que tratarlos como si fueran simplemente dos peleones resultaría un mezquino desperdicio de la enorme calidad que tienen sus respectivas historias.

 

Gabriel García Márquez (6-3-1927 / 17-2-2014)

Colombiano de Aracataca, recibió el premio Nobel de Literatura en 1982. Exponente del realismo mágico, su novela cumbre, Cien años de soledad, fue adaptada recientemente al formato audiovisual por la plataforma Netflix.

 

Mario Vargas Llosa (28-3-1936 / 13-4-2025)

Peruano de Arequipa, obtuvo el premio Nobel de Literatura en 2010. Novelas como La ciudad y los perros y Conversación en La Catedral le dieron notoriedad internacional. Fue candidato a la presidencia de su país en 1990.

 

 

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12 de diciembre de 2024

MEMORABILIA GGM 945

La Razón

Madrid – España

12 de diciembre de 2024

 

Crítica de «Cien años de soledad»:

lo mejor de la serie de

Netflix es la voz en off

García Márquez escribía contra las pantallas: los que no hayan leído la novela encontrarán un raro culebrón que les entretendrá de otras series cortadas por el patrón adolescente

 Diego Vásquez, como José Arcadio Buendía, y Claudio Cataño, como Aureliano, en la serie de 'Cien años de soledad'Cr. Pablo Arellano / Netflix / EFE

Por Pedro Narváez

«Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía había de recordar aquella tarde remota en que su padre lo llevó a conocer el hielo». Lo mejor de la serie «Cien años de soledad», que estrena Netflix, son los subrayados con el texto de la novela de García Márquez que recita una voz en off. Es lo que espera cualquiera de los lectores de esa novela primeriza, en cuanto pionera, que había de parir tantas imágenes que hacen imposible que cualquier director nacido sin rabo de cerdo logre un objetivo más o menos loable. Lo bien que queda en el cine Ágatha Christie y J.R.R. Tolkien y lo mal que luce García Márquez. El cabrón escribía contra las pantallas. Así que a la pregunta de qué tal es esta adaptación, la respuesta es: una serie de Netflix. Para lo bueno y para lo malo. A partir de ahora el título ya no vive en una tapa dura sino en un algoritmo. Los que no hayan leído la novela o sean ajenos al universo de Macondo encontrarán un raro culebrón que les entretendrá de otras series cortadas por el patrón adolescente y los que esperan que alguien les traslade cómo se ve un mundo en el que los objetos aún no tenían nombre volverán a decepcionarse porque lo que ven no es lo que imaginaron.

Tal vez sea hora de romper con este maleficio, estoy dispuesto a enfrentarme a alguien que no vea lo que yo, pero que vea algo interesante, incluso mejor de lo que una mente anquilosada pueda imaginar. No ha llegado la hora. Esta versión de «Cien años de soledad» intenta parir algo todo el rato, pero tarda más en alumbrar escenas de sexo al comienzo para que no se le vaya el público, los pechos de la primera dama de Macondo, que en hacer que los muertos nos hablen sin la partitura del texto, como si fuera un audiolibro con imágenes, que es en lo que a veces se convierte la serie. Sin esa muleta, la serie se cae. Luego está el «acento». Para un español, la novela es muda, las palabras llegan a un lugar del cerebro y se desvanecen. Es inevitable que aquí posean un bello deje colombiano que convierten el relato en otra cosa, igual más cerca de la cabeza de Márquez, pero más lejana de la nuestra, o de la mía. Porque Márquez escribía en español y a la vez en una «no lengua» que acompañaba a ese «no lugar» donde transcurren sus historias. La producción tiene buena factura, solo faltaba, detrás están los hijos del Nobel, entre ellos Rodrigo García, y Laura Mora se esmera en la dirección.

  

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25 de noviembre de 2024

MEMORABILIA GGM 944

Vanity Fair

Madrid – España

23 de noviembre de 2024

 

Entretenimiento

Adaptar Cien años de soledad

a la pantalla ha llevado

décadas… Aquí el porqué

Cien años de soledad, de Gabriel García Márquez, nunca antes había sido llevada al cine o a la televisión porque el autor no lo permitió en vida. Este 11 de diciembre, una década después de la muerte del nobel colombiano, Netflix estrena la primera serie de esta obra maestra de la literatura.

 

Por Silvana Paternostro

UNA NOCHE DE JUNIO DE 1965 un fatigado Gabriel García Márquez regresaba a su hotel tras una jornada completa como guionista en el rodaje de una película a las afueras de Ciudad de México. Allí una joven pareja lo esperaba para hablar con él.

Gabo, como lo llaman en América Latina, tenía entonces treinta y tantos años y había publicado cuatro libros, pero su obra maestra, Cien años de soledad, tardaría aún un par de años en ser publicada. El autor llevaba mucho tiempo dándole vueltas a la historia y su confianza en la novela era inquebrantable. Le había afirmado a su hermano pequeño, Gustavo, que algún día escribiría un libro que se leería más que El Quijote, y tras su boda le había dicho a su mujer, Mercedes, que no se preocupara por el dinero porque a los 40 años publicaría una novela que todo el mundo conocería. Y así fue. Ahora, 57 años después de su

El Macondo ficticio se construyó en los Andes colombianos.

Mauro González /Netflix © 2024.

primera edición, Netflix ha rodado la primera adaptación de Cien años de soledad, que llegará a la plataforma en formato de serie el próximo mes de diciembre. “El fondo García Márquez goza de muy buena salud”, afirma Pilar Reyes, directora editorial de Penguin Random House en España. Pero en 1965 Gabo era aún un escritor con necesidades económicas, aunque bien considerado entre los bibliófilos latinoamericanos. Vivía en Ciudad de México con su mujer y sus dos hijos pequeños. Era un fumador empedernido procedente del Caribe colombiano que se ganaba la vida escribiendo textos para una agencia de publicidad (cosa que odiaba), con algún que otro trabajo como guionista (cosa que prefería). Como estaban a punto de descubrir dos desconocidos que le habían pedido una entrevista, su capacidad para contar historias cautivadoras ya estaba en pleno apogeo en aquellos días de arduo trabajo.

La pareja –una intérprete alemana llamada Barbara Dohmann y el escritor de origen chileno Luis Harss– había aceptado el encargo de la editorial Harper & Row de entrevistar a autores latinoamericanos para hacer un libro que sirviera como carta de presentación de la obra de estos al público estadounidense. Gabo, encantado con la propuesta, empezó a contarles una historia. “Vino literalmente a nuestra habitación, se tumbó en nuestra cama, fumó un cigarrillo tras otro y se puso a hablar”, me dijo en Londres el año pasado Dohmann, quien luego tuvo una exitosa carrera como abogada. Más tarde, cuando leyó su siguiente novela, Dohmann se dio cuenta de que había escuchado en palabras de Gabo la historia de Cien años de soledad.

María Luisa Elío, una escritora y actriz española fallecida en 2009, recordaba que también le impresionó la locuacidad de Gabo. Ella y su marido, Jomí García Ascot, formaban parte del nutrido grupo de exiliados tras la Guerra Civil y conocieron a Gabo a través de escritores y cineastas con los que este se relacionaba. “Fuimos a comer y me habló de un cura que levitaba, y yo le creí”, relató Elío en 2001 cuando le pregunté por qué el gran novelista les había dedicado la novela a ella y a su marido. “Después de que nos quedamos solos y me contó todo el libro, le dije: ‘Si escribes esto, estarás escribiendo la Biblia”.

A principios de los años cincuenta, Gabo intentó escribir Cien años de soledad en unas bobinas de papel que cogió del periódico en el que trabajaba como reportero en Barranquilla (Colombia). Vivía junto a unas prostitutas en un hotel porque el alquiler era barato y le encantaba contar que estas le prestaban el jabón. Cuando Gabo terminó por fin de escribir la historia de “un pueblo tropical llamado Macondo que no aparece en ningún mapa”, como la describió Harss, envió el manuscrito al autor mexicano Carlos Fuentes. Era un tomo monstruoso, o “mamotreto”, como lo llamaba Gabo. Cuando Fuentes leyó la última página, escribió a su amigo para decirle que la grandeza de la novela lo había dejado “aplastado”.

Cien años de soledad salió por primera vez a la venta en junio de 1967 en Argentina. Según cuenta la leyenda, cuando su primera tirada de 10.000 ejemplares se agotó en apenas tres semanas, Gabo pidió al editor que le enviara en metálico el monto correspondiente a sus derechos de autor para que él y su familia pudieran sentir más visceralmente que lo que estaba ocurriendo era real. Tres años más tarde, cuando el libro se publicó en Estados Unidos, The New York Times lo calificó como un Génesis sudamericano. Gabo ganó el Premio Nobel de Literatura en 1982. Desde entonces, en América Latina adquirió la categoría de dios.

Me familiaricé con la obra de Gabo porque nací́ en Barranquilla, la ciudad portuaria donde él trabajaba como reportero, y mi infancia estuvo impregnada del mismo espíritu exuberante y la misma forma de narrar historias que impulsaron su obra. Lo conocí en 1995, cuando yo era periodista independiente en Nueva York y me presenté a un taller de escritura que él impartía en Cartagena. Fueron tres días inolvidables, en los que nos aconsejó que nuestro objetivo como narradores era atrapar por completo a los lectores: “Escribir es un acto hipnótico”. Me di cuenta de lo mucho que le gustaba a Gabo citar nombres – una vez Fidel Castro se había comido 18 bolas de helado delante de él–, pero lo que más me impresionó fue lo mucho que me recordaba a mi propia familia. Me asombraba la forma en que había convertido las monótonas experiencias cotidianas de la vida caribeña en un reino literario de peso universal.

¿Consiguió Gabo escribir El Quijote latinoamericano? “Es una obra de arte innovadora”, afirma Gene Bell-Villada, coeditor del Oxford Handbook of Gabriel García Márquez. A lo que su compañero de edición, Ignacio López-Calvo, añade: “Este libro es en realidad la encarnación de la literatura mundial, circula a escala internacional, se ha traducido a muchísimos idiomas y ha sido apreciado e imitado por muchísimos lectores y escritores alrededor del mundo”. Todavía tiene fuerza. El otoño pasado, Dua Lipa publicó una foto de ella sosteniendo la novela. “Es irresistible”, escribió.

Antes de Cien años de soledad pocos habían oído el término realismo mágico. Ahora se utiliza habitualmente para evocar la literatura de todo un continente. La fórmula de Gabo, que tardó unos 17 años en gestarse, mezclaba La metamorfosis de Kafka, La señora Dalloway de Woolf y las crónicas de Indias españolas con Faulkner y Hemingway. Superpuso las técnicas de sus maestros literarios a historias que recogió de primera mano, sobre todo de los primeros ocho años de su existencia, cuando vivía con sus abuelos en Aracataca, un pueblo marginado que había experimentado las guerras, el auge y la decadencia que luego describió en su Macondo imaginario. Desde entonces, los escritores latinoamericanos han vivido a la sombra de García Márquez y del realismo mágico. Autoras como Isabel Allende y Laura Esquivel se vieron muy influidas por él. En cambio, otros, como el chileno Alberto Fuguet y el mexicano Jorge Volpi, rechazaron abiertamente su influencia y desoyeron las advertencias de que no tenían ninguna posibilidad de ser publicados en Estados Unidos si en sus novelas no aparecían abuelas voladoras.

La etiqueta ha resultado imposible de esquivar. “Escribo realismo”, me dice por teléfono desde Ciudad de México la novelista Guadalupe Nettel. Uno de sus cuentos trata de una familia que come insectos para revertir una maldición, por lo que los críticos se refieren a su obra como realismo mágico. “Yo lo escribo como realismo”, dice. “En México tenemos estas costumbres. Sin embargo, en Estados Unidos llaman ‘realismo mágico’ a todo lo que no pueden etiquetar”.

La ascensión casi mítica de García Márquez, que pasó de ser un don nadie nacido en un remoto pueblo colombiano a convertirse en el escritor en lengua española más leído del mundo, está llena de todo tipo de leyendas. Parte de la mitificación fue instigada por el propio Gabo: tenía el pícaro deseo de exagerar su propia historia como si esta fuera una de sus ficciones. En una irónica nota a Fuentes escribió: “No he sido el salvador del cine mexicano. Pero creo que puedo ser de mucha ayuda en nuestros esfuerzos por llevar las novelas latinoamericanas al mundo”.

Con su espléndida adaptación en una miniserie de 16 episodios, Netflix espera presentar a nuevos públicos la saga de siete generaciones de la condenada familia Buendía y sus excéntricas, salvajes, apasionadas, corruptas, inocentes, volubles, incestuosas, hermosas, tristes y a menudo delirantes vidas en Macondo.

Es una apuesta trascendental (y arriesgada). Le pregunto a Francisco Ramos, vicepresidente de Contenidos para Latinoamérica de Netflix y padrino del proyecto, si la de Cien años de soledad será una versión tropical de otras dos series de éxito centradas en familias: Juego de tronos y The Crown. “Bueno, los Buendía son, sin duda, más divertidos que los Windsor”, me dice por videollamada desde Ciudad de México y sin perder detalle. La materia prima está ahí. Como bien sabía García Márquez, lo difícil es la ejecución. 

Gabo siempre amó el séptimo arte. Su hijo mayor, Rodrigo García Barcha, guionista y director de cine, rememora la fascinación de su padre por Barbarroja, de Akira Kurosawa; Jules y Jim, de Truffaut; y Providence, de Alain Resnais, por citar algunas. También le gustaba el director Sam Peckinpah y sentía debilidad por los neorrealistas italianos. García Barcha recuerda que, cuando era un adolescente, sus padres lo llevaron a ver El último tango en París y Diario íntimo de Adèle H.

En los años setenta, después de que Gabo se hiciera relativamente rico, dedicó mucho tiempo y dinero a la industria audiovisual. Participó en la producción de televisión en Colombia, escribió guiones y ayudó a crear una escuela de cine en Cuba, donde impartía talleres de guion. Fernando Restrepo, su socio en la empresa colombiana, me contó una vez que Gabo intentó crear una productora de cine a la que pensaba llamar Soledad & Compañía, título que más tarde tomé prestado para una historia oral que describí sobre su vida.

Dos de sus obras más apreciadas –Crónica de una muerte anunciada y El amor en los tiempos del cólera– han sido llevadas al cine, pero ninguna de ellas ha hecho justicia a las novelas. La primera, dirigida por Francesco Rosi, parecía una absurda opereta italiana. La segunda, dirigida por Mike Newell, era caricaturesca y sobredramatizada, y estaba protagonizada por actores no colombianos que hablaban en inglés. “Verdaderamente horribles”, dice López-Calvo por correo electrónico sobre muchas de las adaptaciones, y añade que cree que la pequeña pantalla le sentará bien a la novela. “Una serie de televisión parece hoy ideal para una obra tan compleja y sofisticada. En los últimos años las series de televisión han cambiado radicalmente... Quizá a Gabo le habría parecido una buena idea, ¡quién sabe!”.

López-Calvo se refiere al hecho de que Gabo nunca quiso que su libro más famoso fuera llevado al cine, pues prefería que los lectores imaginaran los personajes por su cuenta. Decía que se necesitarían unas 100 horas para contar bien la historia y que la única forma en que podía siquiera empezar a concebir la posibilidad de una adaptación era que fuera en español y rodada en Colombia.

Pero en realidad, Gabo decía muchas cosas, y a menudo intencionadamente contradictorias. Le encantaba salir con las estrellas de Hollywood –visitó a Robert Redford en el Instituto Sundance, y Francis Ford Coppola cocinó pasta en su casa de La Habana–, aunque se negó a vender los derechos de su obra maestra a lumbreras como William Friedkin, Werner Herzog y Dino De Laurentis. Sin embargo, existe una adaptación japonesa de 1981 no muy conocida. Poco después de la muerte de Gabo en 2014, le pregunté a su agente, la legendaria Carmen Balcells, si alguna vez habría una adaptación verdadera y completa de la novela. Su respuesta fue rotunda: “Él nunca quiso que se hiciera una película de Cien años de soledad. Y aún hoy es un deseo respetado por su familia, que creo que se mantendrá en el tiempo”. Sus hijos tienen un recuerdo diferente de los deseos de su padre. “Siempre estuvo un poco tentado de llevar los libros al cine”, afirma García Barcha, pero “dijo tantas veces que no, que las ofertas desaparecieron”.

La viuda de Gabo, Mercedes, murió en el año 2020, así que ahora todas las decisiones están en manos de García Barcha y de su hermano, Gonzalo. “Gabo nos dijo que, una vez muerto, podíamos hacer lo que quisiéramos”, asegura García Barcha. “Simplemente no me molesten”. Semejante proclama me suena a las frases lapidarias que Gabo pondría en voz de alguno de sus personajes. El hijo del autor continúa con otra de ellas: “Son los vivos los que tienen que tomar decisiones”.

Los hermanos han sido criticados en algunos sectores por permitir la adaptación de Netflix y por la publicación en marzo de este año de En agosto nos vemos, una novela inacabada que Gabo, que ya sufría de demencia avanzada, había ordenado destruir. El libro ha tenido críticas dispares: la mayoría elogiosas y respetuosas en Colombia, terribles en Estados Unidos. “Cuando leo que estamos siendo avariciosos, me siento triste durante unos minutos, pero al final son las decisiones que tenemos que tomar”, comenta García Barcha.

En 2018 Ramos, que acababa de ser nombrado en Netflix con su nuevo cargo, estaba listo para llevar la oferta del streaming latinoamericano a otro nivel. La filosofía de la plataforma de ir a lo local ya había demostrado su eficacia en todo el mundo: The Crown es británica. El juego del calamar es surcoreana. La casa de papel es española. La casa de las flores es mexicana. Había llegado la hora de replicar esta fórmula en los países sudamericanos. (Narcos transcurre en Colombia y México, pero es una producción estadounidense de Netflix). La idea de adaptar Cien años de soledad empezó a colarse en las reuniones de empresa, y finalmente se consolidó. Ramos se puso manos a la obra, pero primero tuvo que negociar con Mercedes, que en aquel momento aún formaba parte de los herederos con poder de decisión. La familia de Gabo exigió que la serie tuviera la duración que requería la historia, que fuera en español y que se rodara en Colombia. Los hijos de Gabo se sumaron como productores ejecutivos.

Macondo se construyó cerca de Ibagué, una ciudad de los Andes. Está lejos del Caribe, pero tiene una topografía montañosa similar a la de los alrededores de Aracataca, donde las faldas de la Sierra Nevada de Santa Marta caen en cascada sobre el mar. Eugenio Caballero (El laberinto del fauno) y Bárbara Enríquez (Roma) han diseñado los decorados, por lo que este Macondo en los Andes promete ser precioso. En el plató, al igual que en la novela, Macondo pasa de ser una aldea con cabañas de paja para 20 familias a un pueblo en toda regla. Todo se ha construido a escala humana. Se puede pasear por la casa de los Buendía, la farmacia, el bar y el mercado.

“Los Buendía son, sin duda, más divertidos que los Windsor”, me dice Francisco Ramos, vicepresidente de contenidos para Latinoamérica de Netflix.

Algunos de los admiradores más apasionados de Gabo tendrán reparos en ver a personajes que han vivido en su imaginación durante las últimas seis décadas. “No quiero que Netflix me diga cómo es el coronel Aureliano Buendía”, apunta el colombiano Gustavo Arango, profesor de Literatura y autor de dos libros sobre García Márquez. “Al igual que cualquier otro colombiano, siempre me he imaginado que se parece a mi abuelo”.

Sin embargo, cuando me muestran algunas de las primeras secuencias en Bogotá, disfruto viendo esos rostros en localizaciones que, para mí, parecen sacadas de una Colombia bíblica. Reconozco la llegada de Melquíades, el gitano que perturba el idílico pueblo cuando aparece con su impresionante imán y su lupa; y el advenimiento de Rebeca, la niña que come tierra con las manos. Disfruto con el enfado con el que el patriarca de los Buendía recibe al funcionario del gobierno que llega a la puerta de su casa creyendo que puede decir a los habitantes de Macondo lo que tienen que hacer. El vestuario es elaborado, cada detalle está perfectamente estudiado. Los actores tienen todos rostros sorprendentes. No hay grandes estrellas en la producción, aunque muchos de los intérpretes son respetados actores locales, como Claudio Cataño en el papel del coronel Aureliano Buendía, Marleyda Soto como la anciana Úrsula Iguarán y Diego Vásquez como el anciano José Arcadio Buendía. Los figurantes se prepararon asistiendo a talleres de teatro.

Al igual que la novela, la serie Cien años de soledad es parca en diálogos. “Desde luego, no es Succession”, dice Alex García López, el director principal, en una videollamada desde Barcelona. (Sin embargo, algunas de las frases que escucho son memorables: cuando Úrsula Iguarán da a luz a su primer hijo, “nace con nalgas de mujer”). García López también me dice que la serie no será como la “fantasmagórica Harry Potter, que cuando aparece un espectro se ve un halo y sube la música”. Eso responde a la pregunta del realismo mágico: a Netflix no le interesan los llamativos (y caros) efectos especiales.

La dirección se reparte entre dos latinoamericanos. García López nació en Argentina y tiene amplia experiencia trabajando en grandes producciones estadounidenses, incluidas algunas series de Marvel. La otra responsable es la guionista y directora de origen colombiano Laura Mora, que mantiene una larga relación con Netflix y cuyas películas, Los reyes del mundo y Matar a Jesús, han sido aclamadas en festivales. Los estilos de los realizadores no podrían ser más diferentes. García López es vertiginoso –“Quería mucho movimiento, captar el caos”–, mientras que Mora es contemplativa –“Soy una purista del cine”–. García López filma desde arriba; Mora, desde una perspectiva más íntima. García López menciona a Kusturica y Terrence Malick. Mora hace referencia a Fellini y a Lucrecia Martel. “Creo que nos eligieron porque somos muy distintos y porque somos un buen complemento”, apunta Mora en una videollamada desde su Medellín natal.

También reflejan las dos historias que componen la novela. Cien años de soledad ofrece una historia metafórica de la civilización en sentido amplio, así como la más específica de Colombia y el Caribe. En realidad, el libro nunca menciona fechas y juega con el tiempo. Esta adaptación –concebida por José Rivera, guionista nominado al Oscar por Diarios de motocicleta– es lineal y se ciñe a lo que ocurrió en Colombia entre 1850 y 1950. García López, quizá por no ser colombiano, ve el mensaje universal sobre el fracaso de las sociedades. Mora destaca la tragedia de Colombia y la incapacidad del país para encontrar una forma de convivencia tras un siglo de violencia. Ambos directores se apresuran a señalar que su adaptación será tan exigente como la novela. “No es un entretenimiento ligero”, dice Mora, que la compara con el tono y el alcance de Los asesinos de la luna. “Trata temas importantes y fuertes. Un universo complejo”.

Rodar la serie, sobre todo en Colombia, ha supuesto hacer justicia a una obra de arte considerada símbolo de orgullo patrio. Vásquez, que interpreta al anciano José Arcadio Buendía, a veces se emociona tanto que llora en el rodaje. No puede creer que la vida le haya dado la oportunidad de interpretar a un personaje tan emblemático, aunque pase gran parte del tiempo atado a un árbol.

García López cuenta que durante la producción en Colombia continuamente escuchaba: “Esto es tan importante para nosotros, esta historia es tan colombiana”. “Yo decía: ‘Sí, pero una vez que un libro vende 50 millones de ejemplares en todo el mundo, se convierte en un fenómeno global. Ya no te pertenece a ti. Pertenece a la humanidad”.

Son las cuatro de la tarde y el sol caribeño amaina cuando me reúno con Gabriel Eligio Torres García, sobrino de Gabo, en el Parque de Bolívar, una de las principales plazas de la Cartagena colonial. Gabo Gabo, como se le conoce, organiza tours a pie por los lugares que frecuentaba su tío. En estos recorridos integra tanto personajes de ficción como lugares reales que Gabo menciona en sus novelas, especialmente El amor en los tiempos del cólera, ambientada en su mayor parte en una ciudad inspirada en este puerto amurallado.

Gabo Gabo (apodo que le puso su famoso tío para distinguirlo de los otros tres Gabrieles de su familia) me saluda con la típica calidez caribeña, como si nos conociéramos de toda la vida. Señala el banco del parque donde estaba sentado y me cuenta que Gabo pasó allí mismo su primera noche en Cartagena. Corría el año 1948. Había abandonado la carrera de Derecho en Bogotá tras decidir que se rebelaría contra las expectativas de sus padres y dedicaría su

El joven José Arcadio Buendía (interpretado por el actor colombiano Marco Antonio González) y la joven Úrsula Iguarán (la también colombiana Susana Morales) buscan un terreno donde construir el pueblo que será Macondo. Mauro González /Netflix © 2024.

 

vida a escribir. “No fue a casa de sus padres porque sabía que su madre se daría cuenta con solo mirarlo”. Mintió y dijo que se matricularía en la facultad de Derecho de Cartagena y convenció a un familiar para que le trajera el dinero que necesitaba para una habitación. “Mientras tanto, esperaba y dormía aquí, hasta que pasaron dos policías, se fumaron todos sus cigarrillos y se lo llevaron a la comisaría”, dice Gabo Gabo.

Gracias a la recomendación de un amigo, Gabo fue contratado para escribir editoriales en El Universal, me explica mi guía mientras pasamos por delante del destartalado edificio que albergaba al periódico. A los 21 años Gabo atravesó los arcos conocidos como la Torre del Reloj y se dio cuenta de que Cartagena se convertiría en su hogar en el Caribe. Gabo Gabo cita las memorias de su tío, Vivir para contarla: “No pude reprimir el sentimiento de haber vuelto a nacer”.

A finales de los sesenta Gabo compró una antigua fábrica de tejidos frente al mar y contrató a Rogelio Salmona, el mejor arquitecto de Colombia, para construir su palacete de ladrillos rojos. Fue allí donde llegó a “oler las guayabas”, la metáfora que utilizó para referirse a su añoranza del trópico. Cartagena, con su historia y arquitectura coloniales –la fortaleza que mantuvo a raya a los piratas–, es una de las ciudades más hermosas e históricas del Caribe. También era el lugar donde habían ido a parar sus padres y la mayoría de sus hermanos, que se reunían siempre allí para celebrar el Año Nuevo. A Gabo le encantaba pasear por las calles y que lo reconocieran si necesitaba un baño de fama, que a veces lo requería.

Gabo Gabo salpica sus historias con detalles familiares indiscretos. Me cuenta que heredó el papel de narrador de la tradición familiar después de que su tío Jaime, hermano de Gabo, sucumbiera a la demencia. “Vivimos con la bendición de nuestra capacidad para contar historias y con la maldición de la pérdida de memoria”, sentencia Gabo Gabo. “Mi tío escribió sobre la plaga del olvido en Cien años de soledad, y aquí estamos 50 años después: una premonición hecha realidad”. La enfermedad de Rita, la madre de Gabo Gabo, está tan avanzada que no reconoce a su hijo.

 

El ocaso se aproxima mientras caminamos hacia la casa de Gabo. De los relatos de Gabo Gabo se desprende claramente hasta qué punto Gabo extraía sus historias y personajes de incidentes y personas de la vida real. Margot, la hermana de Gabo Gabo, no solo comía tierra como Rebeca, sino que era tan rencorosa como Amaranta, ambas personajes de Cien años de soledad. El personaje de Cándida Eréndira, la pobre muchacha que es paseada y prostituida por su abuela por el desierto en el cuento que lleva su nombre, está basado en una criada que servía a todos sus tíos, incluido Gabo. Me estremezco ante algunos de estos detalles íntimos. “¿Se oponía Gabo a que se contaran tales indiscreciones?”, pregunto. Según Gabo Gabo, el consejo del gran escritor fue bastante directo: “Asegúrate de cobrar dinero por ellas”.

La habilidad de la familia para relatar historias, me dice Gabo Gabo, proviene de una antigua tradición en la cual todos se sentaban juntos y contaban y volvían a contar la historia de su familia inmediata y sus antepasados. “Puedo identificar a cada uno de mis tíos y tías en Cien años de soledad”, dice. A su abuela no le impresionaba cómo Gabo, que normalmente solo se limitaba a escuchar durante esas sesiones de narración, reciclaba historias familiares reales en su ficción. Siempre decía que prefería a su hija Aida Rosa, que era monja, que a su hijo, que era premio Nobel.

Gabo Gabo señala una mansión colonial blanca con balcones. “Esa fue la inspiración para la casa de Fermina Daza en El amor en los tiempos del cólera”, comenta. Me pregunta si recuerdo cómo murió su marido, el doctor Urbino. “Sí, se cayó de una escalera intentando coger un loro”, respondo. “Así es exactamente como murió el abuelo de Gabo. Así que mi tío tomó ese detalle –algo que ocurrió cuando tenía ocho años– y, pum, lo agarró cuando lo necesitó”, me cuenta.

Después del paseo, visitamos a Jaime Abello, actual director de la Fundación Gabo, una organización que García Márquez creó en 1995 para promover el periodismo independiente y que también se ha convertido en un importante guardián del legado del escritor. Encontramos a Abello sentado en su escritorio, con un retrato de Gabo a sus espaldas. Está emocionado por mostrarnos su último proyecto: un libro de 650 páginas escrito por Juan Valentín Fernández, un médico español que pasó una década rastreando todos los detalles clínicos así como los doctores de la vida real que García Márquez mencionaba en su ficción. “Fíjate qué exhaustivo fue Gabo”, señala Abello mostrándome el manuscrito. “Todo, todo está basado en la realidad”. Se vuelve hacia Gabo Gabo: “¿Te acuerdas de los cuestionarios?”. Los hermanos, amigos y socios más cercanos de García Márquez recibían páginas de preguntas. Abello recibió uno cuando Gabo trabajaba en la parte de sus memorias dedicada a su estancia en Barranquilla. “No solo quería saber el nombre de los burdeles, sino el tamaño de las habitaciones”.

Abello toma entonces otro libro publicado por la fundación, titulado Gabo, periodista, una cronología de su vida como reportero y una recopilación de sus citas sobre la profesión. Abre el libro y me pide que lea una: “Mis libros son libros de periodista, aunque no mucha gente los vea como tales. Pero estos libros implican una tonelada de investigación, comprobación de datos, rigor histórico y dedicación a los hechos, lo que en esencia los convierte en obras de reportaje ficcionalizadas o fantaseadas. Los métodos de investigación y manejo de datos son los de un periodista”. Abello cierra el libro con determinación: “La verdadera magia es la escritura de Gabo”.

La publicación póstuma de la última novela de Gabo, combinada con la promesa de la serie de Netflix, ha desatado la Gabomanía en Colombia. Todo aquel que se precie ha escrito una columna en el periódico, ha grabado un pódcast o ha colgado en las redes sociales una fotografía con el gran hombre. El Gobierno ha organizado una Ruta Macondo, con la esperanza de que, al igual que los fans de Juego de Tronos visitan Croacia para ver dónde se rodó la serie, los seguidores de los escritos de Gabo vengan a Colombia para visitar las localizaciones de Cien años de soledad. En Barranquilla, los lectores de Gabo ya pueden alojarse en la habitación 204 de un hotel que dice haber sido aquella pensión donde una vez escribió y pidió jabón prestado.

La escritora colombiana Carolina Sanín está en desacuerdo con toda esta narrativa improvisada que se apodera de su país. Incluso se niega a llamar Gabo al novelista. Se merece algo mejor que ese enfoque pintoresco, insiste. “García Márquez escribió una epopeya sobre el nacimiento y el renacimiento de la civilización, escrita desde el otro lado del mundo. Es el Homero de América Latina”, me dice mientras nos sentamos en una cafetería de Bogotá, donde creció. “Él era plenamente consciente de la magnitud de ese libro. Fue una iluminación que definió la diferencia entre el Viejo y el Nuevo Mundo. Y por qué somos diferentes”.

Cuando se publicó En agosto nos vemos, su argumento de venta era que la protagonista era una mujer moderna que se atrevía a explorar su sexualidad fuera de su matrimonio. Me parece entrañable ver a García Márquez asumir este riesgo. Habla de su resistencia y disciplina, que lo llevaron a terminar sus novelas: contra viento y marea a los 20 años y contra viento y marea a los 80, con la espada de Damocles de la demencia pendiendo sobre él. Pero una generación de mujeres más jóvenes se indigna ante la comercialización de esa novela corta. “Sinceramente, las lectoras de hoy no necesitamos que alguien parecido a un abuelo nos dicte nuestro camino hacia la libertad, sexual o de otro tipo”, dice Nadia Celis, escritora de origen colombiano y profesora del Bowdoin College especializada en lecturas feministas del Caribe.

Celis también puede ser crítica con su héroe literario. “Que critique su retrato de las mujeres no significa que no admire al autor o que desestime la importancia de su obra”, afirma. En Cien años de soledad, Remedios Moscote tiene nueve años cuando es vista por su pretendiente Buendía, se casa justo después de su primera menstruación y muere justo antes de dar a luz a gemelos. En El amor en los tiempos del cólera, Florentino Ariza toma como amante a una niña de 12 años mientras espera que Fermina, el amor de su vida, se rinda ante él. Cuando finalmente lo hace, él la abandona. América Vicuña se suicida a los 14 años. “Cuando me di cuenta de que había leído y amado ese libro en mi adolescencia y no había visto el abuso de América Vicuña, sollocé”, apunta Celis.

La boda de José Arcadio Buendía y Úrsula Iguarán. Mauro González /Netflix © 2024

Más tarde, Celis deja un mensaje en mi teléfono. “Cien años de soledad es una advertencia sobre nuestra capacidad de autodestrucción, especialmente provocada por los hombres”, afirma con una confianza catedrática. “Es un manual del patriarcado”. García Márquez podía ver la destrucción causada por la codicia y el poder. “Lamentablemente, pasó por alto la complicidad de los hombres a la hora de dominar a las mujeres”.

Las cenizas de Gabo y Mercedes están enterradas en el patio del Convento de la Merced de Cartagena. Un busto de Gabo, sonriente y bigotudo, las vigila. Su lugar de descanso, rodeado de arbustos con diminutas flores rosas, está atendido por un jardinero que parece tan interesado en charlar con los visitantes como en cuidar las plantas. Ha oído que Gabo nunca llegó a escribir sus libros. De hecho, me dice con un guiño de complicidad, todos fueron escritos por un campesino que le pasaba al nobel las páginas completas. Gabo solo tenía que llevarlos a una editorial.

Un turista mexicano, con un ejemplar de uno de los libros de Gabo en la mano, interrumpe. Quiere una fotografía delante del monumento. “Me encanta Gabo”, afirma sin reservas.

Un guardia de seguridad se une a nuestra conversación. “Algunos vienen y se arrodillan ante él”, apunta.

“Sí, pero él no escribió los libros”, insiste el jardinero.

El guardia señala el segundo piso del claustro, donde dice que el fantasma de Mercedes se aparece a mediodía cuando se dirige a calentar su comida en el microondas. También habla del gato del claustro que se asilvestró cuando llegaron sus cenizas. Es una historia complicada relacionada de alguna manera con la noticia de que en 1990 Gabo engendró una hija fuera del matrimonio. No puedo evitar preguntarme por todas las cosas que Gabo dejó atrás, todas las historias en el aire.

“¿Quién lo cuidará todo?”, me pregunto en voz alta. La respuesta del guardia no puede ser más sencilla, más poética, más acorde con el estilo de García Márquez:

“Los vivos”.

 

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Trailer oficial de Netflix de Cien años de soledad

 

https://youtu.be/LuUUCeR8Wqw

 

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Nueva Mujer

Bogotá - Colombia

24 de noviembre de 2024

 

Espectáculos

Cien Años de Soledad:

el realismo mágico documentado

desde la historia del vestido

La serie tuvo como reto el plasmar la magia del universo de Gabriel García Márquez en la historia del Caribe colombiano en el siglo XIX.

 

Por Luz Lancheros

Lo más desafiante de la serie de Netflix, ‘Cien Años de Soledad’, aparte de los retos de adaptar el estilo de un genio como Gabriel García Márquez, era plasmar en lo material - y la relación que tienen los personajes con los objetos- todo su universo.

En el vestuario, algunas referencias eran claras: los miriñaques de la abuela de Úrsula, los lazos de organdí de Remedios Moscote, las piezas heredadas, el vestido de boda de Rebeca, entre otros. La apariencia fantástica del gitano Melquíades. Pero ¿cómo llevar a la realidad a los Buendía y a Macondo en un contexto como el siglo XIX en el caribe colombiano?

Esta fue la tarea que la experimentada Catherine Rodríguez, diseñadora de vestuario, tuvo en sus manos. Ella, quien ha trabajado en películas que reflejan la colombianidad en historias como ‘El abrazo de la serpiente’ o ‘Pájaros de Verano’, investigó con su equipo toda la documentación al respecto: desde las ilustraciones de la Comisión Corográfica del siglo XIX, hasta las ilustraciones de los viajeros que pasaron por Colombia en aquella época, entre otros retratos costumbristas.

El vestuario de 'Cien Años de Soledad'

El vestuario se basó en las investigaciones sobre los archivos históricos del país Cien Años de Soledad S1. Susana Morales as Úrsula Iguarán in Cien Años de Soledad. Cr. Mauro González /Netflix ©️2024 (Mauro González / Netflix)

Además, tuvo acceso a textiles y piezas de la época para recrear su visión de los Buendía, que pasan de la pieza campesina tradicional predominante en el país (con toques caribes) a la influencia de la moda apenas Macondo prospera y se abre al mundo.

Todos estos cambios fueron retratados con rigurosidad y con un estudio pleno con los detalles: por ejemplo, en la boda de Úrsula Iguarán con José Arcadio Buendía, los detalles de los insectos en el vestido de la boda de la matriarca son los que tenían las mujeres que no se podían permitir adorno alguno, para comenzar.

NUEVA MUJER COLOMBIA habló con la diseñadora de vestuario sobre los detalles del vestido y el cuerpo en una de las producciones más esperadas del año.

-Si bien hay una rigurosa investigación con respecto al vestuario en Colombia en el siglo XIX, ¿cuál es la aproximación artística y personal suya hacia esta obra?

Mi aproximación al diseño de vestuario siempre ha sido como ser lo más fiel a la verdad posible. Pues porque ellos existían en un contexto que es el Caribe en Colombia en el siglo XIX. Entonces, si bien hay una investigación y hay una guía del libro muy importante, no puedo desconocer que ellos eran colombianos que habitaban en este espacio y tiempo específico.

Entonces, tengo que encontrar dentro de las referencias de investigación cosas que se acomodan a los personajes mediante la conceptualización, así que eso es lo que vamos a ver dentro de la obra. Por otro lado, al diseñar los personajes, se tuvo en cuenta la utilidad que tenía el vestuario en la época.

El vestuario tuvo un extenso equipo de producción para narrar el realismo en la cotidianidad Cien Años de Soledad. Cr. Mauro González / Netflix ©2024 (Mauro González / Netflix/Netflix / Mauro González A. - @MauroGonzalezA)

-En el capítulo cuatro se ve el crecimiento de Macondo y la llegada inevitable de la influencia europea. ¿Cómo es la escogencia de estampados, y cómo es recrear siluetas como la eduardiana, entre otras, a este Caribe colombiano de finales de siglo XIX?

Hay un museo del siglo XIX aquí en Colombia y nosotros tuvimos acceso a todas las prendas del mismo. También hay fotos de gente de capitales en Colombia.

Entonces, empezamos a integrar esas siluetas algo disminuidas, porque Macondo no era ni Medellín, ni Bogotá, ni Santander, ni Bucaramanga. Las tropicalizamos. Por ejemplo, en el matrimonio de Úrsula, ella tiene un vestido que es extremadamente victoriano. Tiene un corsé, tiene sus ballenas, su pico. Ya para mitad de temporada metemos elementos de moda más específicos con los estampados.

Tengo un libro con los estampados de este siglo y, claro, el tema es encontrar elementos textiles que me hablen de la época, pero también me hablen de los personajes. Entonces, por ejemplo, cuando están con Pietro Crespi, Rebeca y Amaranta Buendía tienen estampados muy florales. Eso habla también de un momento que ellas están viviendo y es, la madurez de su vida, que están en edad de casarse. También hay puntos geométricos.

Con Pietro Crespi, a su vez, vemos todos los bordados de la época para los europeos. Es además el primer personaje que vemos en chalecos y con un tono diferente al de su saco. Con él vemos elementos de moda que evolucionan a lo largo de la temporada, con la llegada de las Moscote.

Vemos también la transición al polizón, pero es un polizón como costero, no es un polizón Londres-Paris-New York, sino es un polizón más costero, más naval.

Ahora, con personajes fuera del contexto del Caribe colombiano, ¿cómo hacerlos creíbles dentro de una ficción como la de Gabo? Lo digo por Melquiades.

Hay documentación de los gitanos en Perú y Colombia. Nosotros intentamos no hacerlos tan desarrapados, porque la documentación sí habla de gente con ropa muy deshecha, pero creo que la virtud de Melquiades en la obra es traer la ciencia y el conocimiento a Macondo.

Entonces, además que la descripción del libro sobre Melquiades, pues, es muy grandilocuente. Hicimos así, un Melquiades diferente, pero natural al pueblo. Los gitanos son los que traen el terciopelo, que además también es, pues, un material muy europeo.

Es por eso que el chaleco de Melquiades tiene unos decorados que nosotros hicimos manualmente con hojas, pero, además, Melquiades tiene palabras en sánscrito en la camisa. Claro, hay detalles que no se ven, pero tienen, por ejemplo, símbolos alquímicos. Es así como intentamos que los personajes dialogan sin verse ajenos al espacio.

¿Cómo lograr ese desgaste cotidiano del vestuario, esa patina, tan clave en un contexto hostil como el de la colonización de tierras en el siglo XIX en Colombia?

Nosotros tenemos un pequeño departamento dentro del departamento de vestuario y hacemos procesos textiles sobre toda la ropa. Entonces, toda la ropa tiene pátinas y tenemos también una paleta de color para las mismas. Ahora bien: el suelo de Macondo es de arena, entonces todos los filos de todas las faldas la tienen, porque eso era lo usual de la época. Las mujeres que caminaban, pues, tenían los filos de las faldas sucios. Hay sudores, las camisas no son blancas.

De hecho, tenemos varios tonos de blancos cálidos y fríos. Esto ha sido todo un desarrollo textil que también ha oscilado entre tinturas y aplicaciones externas: aerógrafo, compresor, pátinas de sobreponer aceites.

Por otro lado, en este trabajo diferenciamos las clases sociales. Pero justo, cuando llega la guerra civil, se verá más suciedad y transpiración. Es un reto que hemos asumido y se ve muy real.

La guerra civil marca la novela. La serie. ¿cómo fue crear esos uniformes?

La Guerra de los Mil Días está súper documentada en Colombia. Pero eso era un era una mezcla enorme, porque se podían hacer uniformes azules, azules con rojo, azules con verde, azules con café etc. Nosotros decidimos hacer todos los uniformes azules, y quienes pertenecían al bando de Aureliano, que estuviesen de civiles.

Esto, para generar una división de bandos, porque la documentación dice que incluso los guerrilleros liberales robaban prendas a los contrarios. Así que decidimos separarlos conceptualmente y así desarrollamos los uniformes a través de esta investigación tan interesante. También hemos tomado decisiones específicas pero para ayudar a la narrativa.

Moda y Macondo: una historia que continúa

La moda colombiana ha tomado inspiración para colecciones y relatos desde el universo garcíamarquiano. Silvia Tcherassi lanzó en 2016, a través de volados y estampación digital, la colección ‘Las mujeres de Macondo’, donde se inspiró en elementos del Caribe y retratos de aquellas mujeres que enmarcan los personajes que creó el escritor de Aracataca para mostrar su visión ensoñadora y nostálgica de su universo.

Por su parte, Juan Pablo Socarrás -quien conoció al escritor- tiene dentro de su línea creativa las historias de su familia y el Caribe para varias de sus colecciones. De hecho, la abeja broche de su marca representa a una parienta suya, con historias de migración, como las del Caribe.

Asimismo, hay marcas como Artesanos de Macondo que hacen los pescados de oro de Aureliano Buendia y Johanna Ortiz ha tomado muchos elementos de este Caribe ensoñador que se ven en personajes de ‘Encanto’ como Isabella Madrigal.

La película de Disney también toma mucho del mundo de Cien Años de Soledad para la construcción del vestuario de sus personajes, aunque ellos sí integran varias regiones de Colombia en el proceso.

 

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